Capítulo 17. Gritos

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El mensaje llegó justamente cuando Santiago estaba recogiendo su única maleta en la banda transportadora del Aeropuerto El Dorado.

“Hola, ya tengo un número de Colombia, ya estoy en la Fortaleza Rota, por favor, comunícate conmigo, quedé preocupada después de lo de anoche. ¿Por qué te fuiste así? Por favor, contesta. – Mariana González.”

***

El día había pasado casi sin novedad. Luego del desayuno con los buitres, Mariana se había despedido del abogado Warren y de la agente Wentz y el mayordomo de la Fortaleza Rota la había guiado hacía la habitación de la casa que ocuparía durante los próximos meses. Eran unos aposentos extraordinarios, con una cama rodeada de cuatro columnas de madera pulida, un closet demasiado grande para las tres mudas de ropa que llevaba en su morral y hasta obras de arte legitimas colgadas en las paredes. El baño no tenía nada que envidiarle al de un castillo real, y era casi tan grande como el estudio que ahora yacía abandonado con sus cosas en la cima de Bernal Heights, en San Francisco.

Le había prometido al abogado Warren que tomaría todas las precauciones necesarias. Trataría de mantenerse el mayor tiempo posible dentro de la casa y sólo saldría cuando fuera estrictamente necesario y sólo con un conductor que el mismo abogado le asignaría. La agente Wentz fue mucho más allá y le dejó su arma de operación, con una dotación de municiones. “Sólo, por si acaso” le dijo ella antes de partir, dejándola sola, a merced de los buitres.

La familia era mucho menos unida de lo que hubiese esperado. Jerónimo y María Antonia salieron de la propiedad, cada uno en su propio vehículo, al igual que Jérôme, que fue el único que se excusó con ella, por ausentarse para ir a la universidad. Ariadne sencillamente se levantó y se encerró en su cuarto. Liesel y Juan Pablo, de hecho, ni siquiera vivían en la Fortaleza Rota. Según el mayordomo, al que Mariana le había preguntado sobre el asunto al no soportar la curiosidad, el matrimonio Axxelson vivía en una propiedad vecina, a la que tenían acceso desde la Casa Saint-Clair por un sendero bien conservado a través de la arboleda. La misma arboleda donde habían encontrado colgado a su padre unos días antes.

Ninguno de los miembros de la familia regresó a almorzar. Una mucama había subido una bandeja con comida a la habitación de Ariadne y dos horas después había bajado con ella casi intacta. Mariana había decido tomar sus alimentos en la terraza del jardín, donde a pesar del frío la vista era perfecta.

Fue después del atardecer, que decidió arriesgarse y hacer un tour completo por la casa y comprobó una vez más que era el lugar más lujoso en el que había estado jamás. Además del recibidor con la escalera de doble hélice que había visto al entrar a la casa, habían en la planta baja, dos salones para visitas, un estudio, un comedor de dieciséis puestos, con un acceso a un salón de eventos con una mesa de sesenta puestos y otras más pequeñas según la ocasión. Aquellos habían sido los muebles que se habían empleado para la fiesta, el día en que apareció muerto su padre. Una cocina integral completísima, con un chef extranjero, y un área de descanso alrededor de la piscina, que incluía la terraza techada donde Mariana había pasado buena parte de la tarde. Pero eso no era todo. En la planta alta, Mariana contó un total de dieciséis habitaciones, divididas en cuatro pasillos, en forma de rectángulo. En el primer pasillo, el más próximo a las escaleras estaba la habitación principal, donde dormían María Antonia y Jerónimo, que era casi el triple de tamaño de las otras. Allí en ese pasillo, estaban también las habitaciones de Ariadne y Jerôme, ambas cerradas bajo llave, al igual que la cuarta, hecho insólito, porque el resto de las habitaciones se encontraban abiertas, incluso la de Mariana que se encontraba en el segundo pasillo.

Pero lo más impactante de la casa, era sin duda el invernadero. Mariana lo había descubierto casi por casualidad cuando exploraba el área de los garajes. Era un invernadero subterráneo, donde la luz se filtraba a través de un techo de cristal , que ella había confundido con una segunda piscina, cuando había almorzado en la terraza. Había una gran cantidad de plantas, muchas de ellas extrañas para Mariana, que apenas si conocía la flora autóctona del Área de la Bahía, pero lo más hermoso del lugar eran la flores. Había de todos los colores y formas imaginables, tan hermosas que parecían una pintura abstracta producida desde un sueño. Era la inspiración perfecta para su trabajo.

Ya había oscurecido cuando las luces del invernadero se encendieron y Mariana pudo empezar a dibujar. Estaba segura que a Harriet, su jefa en San Francisco, le encantarían los nuevos diseños, estaba tan contenta que casi había olvidado su propósito en esa casa, así como casi también había olvidado el encanto de la sonrisa de Santiago Dajach. Fue entonces que decidió enviar el mensaje. Tenía tantas ganas de saber de él, de escuchar su voz, de saber que todo estaba bien entre los dos, si es que en realidad algo había surgido entre ellos luego de las horas que habían pasado juntos el día anterior. Pero Santiago no contestó el mensaje, así que Mariana se quedó divagando en medio de los dibujos, las flores y las conjeturas, intentando saber que era lo que había hecho mal para que el periodista no le contestara. Aún estaba en el invernadero cuando sonó el teléfono. No sabía que alguien la estaba observando.

***

Santiago no pudo resistir la tentación y marcó el número desde el que había recibido el mensaje. Sabía que había algo retorcido en la necesidad de escuchar a Mariana, de saber que estaba bien, de que nada le había pasado en la casa de los buitres, pero pensó que fuera cual fuese la relación que los unía a los dos en ese momento, tenía la misión de protegerla. El teléfono sonó una vez, luego dos veces y luego escuchó la voz de la mujer que estaba empezando a quitarle el sueño.

-¿Santiago?

-Sí, Mariana, soy yo.

-Estaba preocupada, pensé que no querías hablar conmigo.

-No ¿Por qué dices eso?

-No, nada, es que soy una tonta…

-Mariana, yo…

-Fíjate, que ni siquiera tenía celular ¿a dónde te ibas a comunicar conmigo? ¿Si vez? Soy una tonta.

-Claro que no eres una tonta, Mariana… eres la mujer más… – estaba a punto de decir que era la mujer más maravillosa que había conocido en toda su vida, pero de inmediato el corazón se le torció en una mueca de horror- eres una mujer muy inteligente.

-Santiago ¿todo está bien?

-Sí, todo está bien, perdóname por dejarte así ayer, créeme que era algo muy importante. Pero ya lo solucioné todo.

-¿Tiene que ver con lo que te dejó mi papá en la caja del banco?

-Sí, pero creo que es mejor que hablemos de eso en otro momento… ¿Y tú como estás? ¿Estás en la casa de los Saint-Clair?

-Esto no es una casa, creí que exageraban cuando decían que era una fortaleza, pero en realidad sí lo es.

-¿Cómo te han tratado ? ¿Te han hecho algo? ¿Te han hecho sentir mal?

-No, de hecho no los he visto en casi todo el día. He tenido toda la fortaleza para mi sola.

-Prométeme algo, Mariana, prométeme que te vas a cuidar.

-No te preocupes, créeme que ya estoy tomando medidas al respecto.

-Está bien… Mariana ya me tengo que…

-Santiago… ¿Cuándo nos vemos?

-Espero que muy pronto, voy a estar resolviendo unos asuntos en los próximos días, pero te prometo que voy a estar en comunicación contigo ¿está bien?

-Está bien.

-Te mando un abrazo, feliz noche.

-Feliz noche.

Santiago pulsó el botón rojo para terminar la llamada sintiendo que el corazón se le desagarraba en mil pedazos. Era más de lo que podía soportar.

***

Jerónimo Saint-Clair ya se estaba cambiando de ropa cuando María Antonia cruzó la puerta de la habitación. A pesar de los años, Jerónimo se conservaba fuerte y varonil, lo que sumado a su carisma innato y los millones de dólares que tenía asegurados, lo hacían el objetivo predilecto de fulanas, trepadoras y arribistas. Pero si había algo que aquel hombre le había demostrado a María Antonia en casi veinticinco años de matrimonio era un amor y una devoción sin límites.

Fuera de la cama, a María Antonia le costaba demostrarle lo que sentía por él. Le preocupaba tanto que sólo pudiera demostrarle amor a su marido con los subterfugios y ardides de la carne, que incluso había consultado a un especialista, sólo para que este le dijera que mientras la llama de la pasión siguiera viva, no había necesidad de demostrar el amor de otras maneras. Jerónimo parecía compartir aquella opinión, por cuanto, nunca le reclamó su actitud por fuera de la habitación, sus cambios de humor y su altivez extrema y como muchas veces se lo había dicho, sintiéndolo de corazón, era el hombre más feliz del planeta tierra por tenerla como esposa.

-¿Llegaste hace mucho?- preguntó ella mientras lo veía con ojos de lujuria quitándose los calzoncillos para ponerse la ropa de dormir.

-Acabo de llegar – respondió él- ¿Cenaste algo fuera?

-Cené con María Patricia Rincón, quiere que la apoyemos en la próxima elección y pues estaba tanteando el terreno para ver que podíamos sacar de ahí.

-Me parece perfecto- dijo Jerónimo abrazándola por detrás, para darle un beso en la mejilla.

-Quiero a esa mujer fuera de mi casa, Jerónimo- dijo María Antonia mientras se quitaba los pendientes, las pulseras y las cadenas que hacían resaltar mucho más, su ya considerable belleza.

-Yo también, mi amor, pero créeme, es necesario que se quede aquí… al menos por ahora, o si no nos vamos a quedar sin dinero, sin influencias, sin nada… ¿entiendes lo que te digo?

-Sí, lo entiendo, por eso estoy haciendo mi mayor esfuerzo por no salir a buscarla en cualquier rincón de la casa en donde esté y sacarla a rastras. Además me preocupa lo que pueda encontrar aquí…

-Tranquila, mi amor- dijo Jerónimo Saint-Clair mientras volteaba a su mujer para mirarla a los ojos- tengo la sensación de que Mariana González no va a durar mucho tiempo en esta casa.

Habían empezado a besarse cuando escucharon los gritos.

***

Santiago se sintió un poco más tranquilo cuando vio a su amigo Joaquín Vitola esperándolo en la salida del aeropuerto y por primera vez en todo el tiempo que llevaba de conocerlo se permitió darle un abrazo.

-¿Cómo estás, amigo?

-Nada bien, Joaco… parece que me estuviera partiendo en pedazos.

-Tranquilo ¿Tienes tu auto aquí?

-No, lo dejé en el edificio…

-Vale, entonces te llevo a tu casa.

Santiago había conocido a Joaquín hacía varios años, en el festival del Orgullo Sabanero que la colonia sincelejana celebraba anualmente en Bogotá, pero a diferencia de Santiago que se había adaptado casi completamente al acento, la cultura y hasta a los gustos culinarios de los cachacos, Joaquín seguía siendo sabanero hasta la médula. Su contacto había empezado como una relación de pura y simple conveniencia. Joaquín era uno de los fiscales más importantes del distrito capital y cada vez que necesitaba que se hiciera un escándalo mediático sobre algún caso en específico, acudía a Santiago. Así mismo, cada vez que podía e incluso, en varias ocasiones en las que no, le proporcionaba información al periodista para las frecuentes exclusivas que sacaba en su revista.

La relación había sido tan benéfica para ambos, que finalmente se tradujo amistad, a tal punto que Santiago consideraba a Joaquín, como la única persona en la que le podía confiar los secretos que había desenterrado en los últimos días.

-¿Entonces es cierto lo que me contaste por teléfono?- le preguntó Joaquin, mientras conducía por la Avenida El Dorado, rumbo hacia el norte de la ciudad.

-Todo, mi hermano, absolutamente todo- respondió Santiago.

-¿Y se lo vas a decir?

-¿Decir que?

-La verdad… a tu hermana.

-No, no sé… no creo que sea justo para ella saber que su padre no era quien ella creería, eso la destruiría.

-¿Y tú crees que puedes mantener todo esto en secreto? ¿Crees que nunca se va a saber?

-No, Joaco, sólo te digo que necesito tiempo, tiempo para pensar que es lo que voy a hacer con todo esto. Es demasiado.

-Supongo que es demasiado enterarte que tu padre estaba vivo y que tu casi que lo viste morir sin saber quien era.

-Sí, pero creo que eso no es lo peor.

-¿Hay algo más?

-Sí, es Mariana.

-¿Qué pasa con ella? Bueno, además del hecho de que no le quieras decir que es tu hermana.

-No he dejado de pensar un sólo minuto en ella, Joaco.

-¿Qué quieres decir con eso? ¿Quieres decir que estás pensando en como vas a decirle todo? ¿Verdad?

-No, quiero decir que creo que me estoy enamorando de ella.

***

Mariana vio como se apagaba la pantalla de su teléfono celular, indicando que la llamada había terminado. Santiago había estado distante y seco… y en el único momento en que parecía que iba a ser el mismo de antes, su voz se quebró y cambió el sentido de lo que iba a decir. ¿Por qué le dolía tanto la actitud de Santiago? ¿Acaso era posible que se estuviera enamorando de él? No, eso no era posible…

No pudo volver a pensar en Santiago Dajach por que una sombra irreconocible la había arrojado al suelo y la estaba sujetando de las manos.

-Pero que hermosa, y bella eres- dijo la voz de la figura amorfa y oscura que estaba sobre ella- eres igual que tu madre.

-¡AYÚDENME!

-Eres igual de zorra, que ella… una pecadora, una ramera, una prostituta-

Mariana quería agarrar la pistola automática de la agente Wentz, pero la tenía oculta en el tobillo, y la sombra ya la tenía sembrada sobre el piso.

-¿Y sabes cuál es el castigo que se les da a las prostitutas?

-¡ALGUIEN AYÚDEME POR FAVOR! ¡ALGUIEN!

-Es la muerte- dijo la figura, tomando las tijeras de podar de una de las jardineras del invernadero y apuntándola hacia ella- ¡MUÉRETE!

-NOOOOOOOOOOOOOO.

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